29.11.06

03 Poquitico

Lo que menos se imaginan doña Estrella y doña Rosa, es que por la ventana, tras las cortinas, les esta escuchando don Plácido. El fingía ante el barrio ser sordo, pero en realidad distaba de serlo… Funciona el asunto, por que le permite saber qué pasa. Así puede sumarse anónimamente a todas las conversaciones de chismes que hay en el barrio. Al fin y al cabo, aparte de ver tele, no hay nada mejor que hacer.

Es cierto... Sus hijos no lo visitan, y también es cierto que maltrató mucho a su amada Cecilia… ‘Cómo es que no pueden entender, que aunque la maltraté, la amé?’ -piensa don Plácido tratando de justificarse a si mismo para sus adentros-. 'La gente no entiende. Cuando se ama se sufre, y ella me amaba, por eso sufrió conmigo. Yo también la amaba, y aunque la golpeaba, poca gente o ninguna va a saber que ella era feliz conmigo'.

Don Plácido había decidido incluso no volver a agredir a doña Cecilia más, por que le partió el alma la vez que le dejó un ojo amoratado y ella llorando le dijo: ‘yo deseara ser suficientemente grande como para irme de aquí y mandarlo a usted a la porra Plácido… pero no puedo…’

Sus hijos son gente de bien gracias a ella, no a el. Al fin y al cabo, a ellos también los fueteó todo lo que pudo. 'Pero es que cómo no va a ser uno tallado con los güilas? Si ahora todos son muy rebeldes? Usted los trata bien y lo que se gana es puras malacrianzas'…

La nostalgia y los recuerdos de sus hijos y Cecilia son los que hicieron que don Plácido se mordiera la lengua de gritarles algún poco de carajadas a ese par de viejas de patio. Además, la verdad es que le gustan los gallitos que le pasaba doña Rosa. Y de alguna forma le recuerdan el esmero con el que Cecilia le servía comidita y usaba todos los ‘itos’ y los ‘icos’ que llevaba rato de no escuchar (“Aquí tiene un gallito, es un ‘poquitico de arrocito con pollito’”).

‘En fin -piensa para sí mismo-, voy a ver si mañana me disculpo con la vieja esa… se la juega después de todo. Pero es que ese día me agarró encanfinado por que de veras me enojaron esos cerotes de perro. Por ahora mejor me pongo a hacer algo.. Recuerda que el bombillo de la casa estaba quemado, y decidió cambiarlo antes de que anochezca. Se sube en la silla, que traquea mucho…

La casa de don Plácido, es una extensión de su espíritu… es rancia y polvorienta, y dependiendo del sector se perciben olores a orines secos, a naftalina, madera vieja, moho, canfín, y a libro viejo… También huele a café recalentado, y el jarro que usaba ya está escarapelado. Era casi como si Cecilia se hubiera intentado materializar podrida!… y no es que huela pestilentemente mal como a muerto descompuesto; no. Es que pocas veces logra uno sentir el olor de la nostalgia con tanta intensidad como en esa casa. En las paredes internas de plywood, hay un montón de fotos amarillentas de sus hijos en la escuela, y la foto de Cecilia.

Ese día, ningún golpe puede ser suficiente como para opacar la visión que tuvo don Plácido al recordar a su Cecilia: es como revisitarse invisiblemente en el pasado, cuando tenía los chacalines pequeños. Como darle besos a las manos mojadas que olían a jabón azul de su Ceci, y secarse las lágrimas inhalando el olor a achiote, cebolla, y ajo del delantal…

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