29.11.06

01 Ácido

En el radio suena Daddy Yankee, y doña Rosa baila en ropa interior mientras se pone su perfume Jean Naté. Dylan, su hijo (se llamaba así por que durante su adolescencia fue fanática de 90210 Beverly Hills), está viendo tele. La verdad no le gusta la novela de la mañana y preferiría ver la WWE, pero es inconveniente para menores, así que no le queda otra que ver ‘Frijolito’.

En eso golpean el portón en una forma muy ruda. Doña Rosa se apura a ver quien será, mientras termina de ponerse el ‘Wait a while’. Había aprendido a decirle ‘Wait a while’ a su batón por doña Grace, la negra de la pulpería, que le contaba jocosamente que así se le llama en inglés a los corpiños, por que para quitarlos había que... bueno, wait a while (esperar un poco). Era sin mangas.

El portón sonaba como si alguien estuviera tirando piedras en las verjas. Ya doña Rosa estaba molesta y le iba a llamar la atención a quienquiera que fuera… Si son los testigos de Jehová me dan ganas de pedirles una revista y rompérsela… yo se que les duele, para que aprendan a ser gentes.

Resultó ser don ‘Ácido’. Le decían ‘ácido’ por que no era muy dulcito que digamos, aunque su nombre de pila es Plácido. La gente del barrio se burla todo lo que puede del viejillo, que se anda peleando con todo el mundo y que ya nadie respeta…

Don Plácido porta una bolsa en su mano que se ve como lujosa… Siendo la época de diciembre, doña Rosa se imaginó que don Plácido había decidido hacerle algún presente… la bolsa se mira como con unos limones adentro (el tenía un árbol de limón en su jardín). Al fin y al cabo, ella es la única vecina a la que le hablaba, por que ya se ha peleado con todos… ya ni los hijos le visitan.

Todos los vecinos ya crecidos del barrio recuerdan que cuando los hijos de don Plácido crecían, tuvieron que sacar muchas humillaciones por el incómodo temperamento… Así que siendo ella la única que le pasa platitos cuando hacía sopita, arroz con pollo o cualquier postre, se le ocurría que bien podía ser esta una retribución. Doña Rosa olvidó lo que pensó sobre la insolencia de quien tocara el portón, y decidió que los dientes se le iluminaran con la hermosa sonrisa que le iba a fachentear…

- Qué tal don Plácido? Cómo me lo trata la vida? Dígame, en qué le puedo servir?
- Diay aquí doña Rosa. Con un encargo para usted….
- De veras? -dice terminándose de acomodar el pelo con el paño, haciendo un pseudo turbante, y mostrando la blancura de sus axilas llenas de talco- que deja ver su ‘wait a while’ desmangado.

Don Plácido extiende su arrugada, flacucha y manchada por el sol mano, y le entrega por el portón la dichosa bolsa. Doña Rosa la toma, la abre, y primero hace un gesto de vomitarse… luego cierra la bolsa y le dice tratando de contenerse a su vecino:

- qué… qué se supone que es esto? Una broma?
- Ninguna broma. Es muy en serio. Su zaguate me deja esas cosas a mí en el jardín, y yo, como no me pertenecen, las agarro, las empaco, y se las devuelvo. Es una barbaridad!
- Don Plácido, usted se merece mucho respeto por que es un adulto mayor. Discúlpeme mucho, pero vaya usted a comer mucha mierda.
- Cómasela usted, que aquí se la traigo embolsada. –mientras decía eso, doña Rosa se iba para adentro con la bolsa, deseando aventársela y ponérsela de corbata-
- Y la próxima vez, le enveneno a su perro hediondo!

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